La confusión de sentimientos al rededor de mi cabeza. La televisión de fondo.
La música en el mobile. La música en la laptop. El perro que aúlla.
Mis dedos en los teclados.
Y ahí viene. El vomito verbal.
Empezar por la decepción. Porque ahora no entiendo que era lo que había, que era lo que me hacías. Esa burbuja mágica que inició una noche de invierno y ahora, hoy, explotó.
Y luego irnos a la indecisión. Que me causas al mirarte, sobre lo que quiero y a dónde voy.
¿Es que realmente te quiero? ¿te necesito? ¿qué deseo?
O sólo eres eso, un deseo, un berrinche otoñal que se ha prolongado por la dificultad de tenerte a mi lado.
Y cuando imagino que te tengo, todo es monótono y aburrido.
O más bien pongo excusas a la felicidad que ya no conozco y que he olvidado. La que ahora le temo.
Le temo perderme en el cielo lleno de nubes que rebotan de un lado a otro.
O me temo a mi.
A el mal necesario que sé que soy.
A mi propia ambivalencia e impulsividad.
A mis viscerales y enfermas decisiones.
Porque aunque no lo creas, te estoy protegiendo.
Sé lo que soy.
Sé lo que hay en mi.
Sé como se terminará.
Sé cuando acabará.
Y prefiero deshacerme sola en el vacío existencial.
A arrastrarte a mi mundo.